¡Conozco este lugar!
Fue el pensamiento que se cruzó por
mi mente cuando estaba frente aquella casa en ruinas. La puerta estaba
desvencijada y entreabierta, por lo que me aventuré a entrar,
aprovechando que aún brillaba la luz del día.
Para mi
sorpresa, todo lucía como si alguien habitara allí, sin embargo, no noté
ninguna presencia en su interior, más allá de un par de gatos que
corrieron y las arañas que se desplazaban en medio de las telarañas y el
polvo que había por doquier.
Las ventanas sin vidrios dejaban
entrar la luz a medias, que solo se detenía ante las cortinas corroídas
por el paso del tiempo.
Caminé lentamente, con miedo a que
apareciera algún ratón. Los gatos que huyeron, eran gordos, por lo que
se notaba lo bien alimentados que estaban a pesar del abandono del
lugar.
Encontré una biblioteca llena de libros y polvo, por lo
que no me atreví a sacar ninguno de ellos de su posición.Algunos
títulos eran de cuentos, mientras que otros eran de textos ilegibles
para mi, pues estaban en idiomas desconocidos. También había cuadernos
que llevaban caligrafía dorada escrita a mano sobre los lomos.
¡Qué tesoros! murmuraba despacito. No quería molestar a los espíritus de los ancestros de aquel lugar.
De
pronto, un gato amarillo apareció frente al marco de una puerta que
daba hacia un gran salón. Maulló y ronroneó y se dió vuelta de regreso a
la habitación. Tenía un cascabel, por lo que me pareció una invitación a
pasar a ese nuevo espacio; así que lo seguí.
Al entrar en el
lugar, me llamó la atención un baúl con un cartón encima. Al acercarme,
vi con sorpresa que se trataba de una carta de tarot. El arcano XVII,
La Estrella, reposaba, como si el tiempo no hubiera pasado por ella,
sobre la tapa de aquel baúl con candado.
Pero ¿Qué significa todo esto? pensé. Moví un poco el candado el cual abrió sin ejercer la menor fuerza sobre él.
Miles
de cartas aparecieron, rosas marchitas, fotografías secretas de dos
amantes besándose en diferentes escenarios, también habían desnudos.
Leí las cartas; eran un conjunto de correspondencias entre un tal Vladimir y una tal Bertilisa.
Aquello
era romántico y trágico a la vez. Algunas de las misivas de ella tenían
besos marcados con labial. Las de él, solían tener mechones de cabello u
hojas de romero. Todas tenían el aroma de las rosas en el baúl.
Reaccioné
al sopor romántico de aquellas cartas desconocidas, pero tan
apasionadas. Suspiré viendo que ya apenas entraba un poco de luz, por lo
que debía marcharme. Cerré nuevamente el baúl y coloqué la carta de
tarot sobre la tapa, luego de mirarla por un rato. Me levanté del suelo,
donde había estado tumbada leyendo aquello, y al levantarme vi dos
gatos echados junto a mí. Uno blanco y otro negro.
Maullaron y se acurrucaron más entre sí. Acaricié a uno y vi que ambos tenían una correa en donde colgaba una estrella.
Tal
vez ya ellos no existían, pero tal vez sus espíritus habían reencarnado
en aquellos animalitos, que ahora descansaban plácidamente uno junto al
otro.
Me fui, dejando todo como estaba. Aquella noche soñé
con Vladimir y Bertilisa. Besándose, abrazándose- Los soñé viajando
sobre un barco, en medio de la mar tranquila, con un destino incierto
pero como quien solo vive del amor que se profesan.
Desperté llorando. La melancolía era muy fuerte. Yo quería amar así.
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