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Desconocida

  Siempre me había sentido orgulloso de mi trabajo. Desde que estaba en la universidad, me apasionaba por conocer lugares nuevos y gente experimentada en el campo del turismo. Ahora, ya habían pasado unos cuantos años, desde entonces, y mi profesión seguía llenándome de felicidad en cada recorrido que planificaba como guía turístico.   Aquel día no fue diferente. Un pequeño y variado grupo venía por el recorrido del cementerio histórico, el cual era bastante solicitado. Me presenté ante el grupo, mientras inesperadamente vi al cielo mirando una bandada de pájaros volar. Una abuela, quien formaba parte del grupo tomó mi brazo para traerme de vuelta al presente. Sonreí.   Comenzamos la caminata por el campo santo, apreciando la belleza surrealista con la que estaban decoradas algunas tumbas. La abuela volvió a llamar mi atención, hablándome en un idioma que no comprendía, mientras señalaba un punto en un mapa que trazaba la ruta intransitable...

La estrella

 

¡Conozco este lugar!
Fue el pensamiento que se cruzó por mi mente cuando estaba frente aquella casa en ruinas. La puerta estaba desvencijada y entreabierta, por lo que me aventuré a entrar, aprovechando que aún brillaba la luz del día.
Para mi sorpresa, todo lucía como si alguien habitara allí, sin embargo, no noté ninguna presencia en su interior, más allá de un par de gatos que corrieron y las arañas que se desplazaban en medio de las telarañas y el polvo que había por doquier.
Las ventanas sin vidrios dejaban entrar la luz a medias, que solo se detenía ante las cortinas corroídas por el paso del tiempo. 
Caminé lentamente, con miedo a que apareciera algún ratón. Los gatos que huyeron, eran gordos, por lo que se notaba lo bien alimentados que estaban a pesar del abandono del lugar.
Encontré una biblioteca llena de libros y polvo, por lo que no me atreví a sacar ninguno de ellos de su posición.Algunos títulos eran de cuentos, mientras que otros eran de textos ilegibles para mi, pues estaban en idiomas desconocidos. También había cuadernos que llevaban caligrafía dorada escrita a mano sobre los lomos.
¡Qué tesoros! murmuraba despacito. No quería molestar a los espíritus de los ancestros de aquel lugar.
De pronto, un gato amarillo apareció frente al marco de una puerta que daba hacia un gran salón. Maulló y ronroneó y se dió vuelta de regreso a la habitación. Tenía un cascabel, por lo que me pareció una invitación a pasar a ese nuevo espacio; así que lo seguí. 
Al entrar en el lugar, me llamó la atención un baúl con un cartón encima. Al acercarme, vi con sorpresa que se trataba de una carta de tarot. El arcano XVII, La Estrella, reposaba, como si el tiempo no hubiera pasado por ella, sobre la tapa de aquel baúl con candado. 
Pero ¿Qué significa todo esto? pensé. Moví un poco el candado el cual abrió sin ejercer la menor fuerza sobre él.
Miles de cartas aparecieron, rosas marchitas, fotografías secretas de dos amantes besándose en diferentes escenarios, también habían desnudos. 
Leí las cartas; eran un conjunto de correspondencias entre un tal Vladimir y una tal Bertilisa.
Aquello era romántico y trágico a la vez. Algunas de las misivas de ella tenían besos marcados con labial. Las de él, solían tener mechones de cabello u hojas de romero. Todas tenían el aroma de las rosas en el baúl. 
Reaccioné al sopor romántico de aquellas cartas desconocidas, pero tan apasionadas. Suspiré viendo que ya apenas entraba un poco de luz, por lo que debía marcharme. Cerré nuevamente el baúl y coloqué la carta de tarot sobre la tapa, luego de mirarla por un rato. Me levanté del suelo, donde había estado tumbada leyendo aquello, y al levantarme vi dos gatos echados junto a mí. Uno blanco y otro negro. 
Maullaron y se acurrucaron más entre sí. Acaricié a uno y vi que ambos tenían una correa en donde colgaba una estrella.
Tal vez ya ellos no existían, pero tal vez sus espíritus habían reencarnado en aquellos animalitos, que ahora descansaban plácidamente uno junto al otro. 
Me fui, dejando todo como estaba. Aquella noche soñé con Vladimir y Bertilisa. Besándose, abrazándose- Los soñé viajando sobre un barco, en medio de la mar tranquila, con un destino incierto pero como quien solo vive del amor que se profesan. 
Desperté llorando. La melancolía era muy fuerte. Yo quería amar así. 

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