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Desconocida

  Siempre me había sentido orgulloso de mi trabajo. Desde que estaba en la universidad, me apasionaba por conocer lugares nuevos y gente experimentada en el campo del turismo. Ahora, ya habían pasado unos cuantos años, desde entonces, y mi profesión seguía llenándome de felicidad en cada recorrido que planificaba como guía turístico.   Aquel día no fue diferente. Un pequeño y variado grupo venía por el recorrido del cementerio histórico, el cual era bastante solicitado. Me presenté ante el grupo, mientras inesperadamente vi al cielo mirando una bandada de pájaros volar. Una abuela, quien formaba parte del grupo tomó mi brazo para traerme de vuelta al presente. Sonreí.   Comenzamos la caminata por el campo santo, apreciando la belleza surrealista con la que estaban decoradas algunas tumbas. La abuela volvió a llamar mi atención, hablándome en un idioma que no comprendía, mientras señalaba un punto en un mapa que trazaba la ruta intransitable...

Estas cadenas

 Mis manos y pies ya casi no duelen.

Las cicatrices han sanado, las heridas son sólo recuerdos.

En su lugar han crecido alas, el respiro de la libertad es inevitable.

Mis brazos y piernas danzan con alegría junto a este cuerpo que al fin me pertenece, 

entero, 

y cuya música vibra en mis oídos y mi alma,

lejos del chirrido de estas cadenas. 


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